Populismo mágico (Gral. José Antonio Páez)
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1865 - General José Antonio Páez P.Hass Litografia 0,53 x 0, 43
Tomado de:
Domingo, 04 Mayo 2014 00:01
Domingo Faustino Sarmiento, hombre de vocaciones múltiples y
tal vez uno de los pensadores latinoamericanos más prestigiosos e influyentes
del siglo XIX –a quien los venezolanos debemos que haya honrado con el grado de
brigadier general del Ejército argentino a José Antonio Páez quien, si a ver
vamos, debería ser tenido como verdadero padre de la patria, pues impidió que
la venezolanidad se diluyera en el megalómano delirio gran colombiano de
Bolívar– concibió, en 1850, como capital de unos ilusorios Estados Confederados
del Río de la Plata, una ciudad que llamó Argirópolis, la cual estaría ubicada
en la isla de Martín García; una “ciudad de plata” que prefiguraba empresas
urbanas de gran escala como Brasilia o Ciudad Guayana, pero asimismo
ensoñaciones de alto vuelo como Macondo, Comala y Santa María, mucho antes de
que García Márquez, Rulfo y Onetti imaginaran sus territorios y los poblaran de
palabras.
No intentamos desplegar aquí un catálogo de lugares
ficticios; queremos sí, contrastar la propuesta del autor de Facundo, cimentada
en razones históricas, políticas, geográficas y económicas, pero inviable por
utópica, y las invenciones del colombiano, el mexicano y el uruguayo con un
concepto que, por estos días, anda de boca en boca entre legos y eruditos, el
realismo mágico, porque creemos que no alude exclusivamente a una categoría
literaria, sino también a una toma de partido por lo extraordinario, a una
apuesta existencial que se expresa en una cosmovisión determinante tanto de las
conductas individuales como del comportamiento colectivo y abarca desde el modo
de gobernar hasta las formas de insurgir contra el poder.
La invención y descripción de un ámbito espacial, de sus
paisajes y sus habitantes requiere de un considerable esfuerzo creativo, no
para ser original –lo que a la larga puede redundar en ordinariez– sino para
despertar el interés del lector, si se trata de un libro, o del espectador en
el caso de las artes escénicas y visuales. Similar derroche de energías exige
parlotear incesantemente sobre lo que debe hacerse sin plantearse, ni por
asomo, el cómo y el cuándo. No menos invectiva se necesita para vender
milagrosas pociones y brebajes ideológicos con la promesa de remediar todos los
males, sabiendo que se agravarán, pero que la fuerza de la costumbre y la
resignación –y porque la esperanza, ya se sabe, solo se pierde cuando ya no
queda más nada que echar a la basura– aconsejan ingerirlos en plan de peor es
nada.
Por ese sendero empedrado de demagogia se arriba a un punto
en el cual los charlatanes de feria que ofertan esas panaceas prescinden del
realismo (entendido, de acuerdo con la definición del DRAE, como la “forma de
presentar las cosas tal como son, sin suavizarlas ni exagerarlas”) y se
refugian en imprecisiones populistas; entonces lo real deja de ser maravilloso
para abrumar al individuo con enigmáticas consignas; y este, en estado de
demencial perplejidad, comienza a pensar que aquí, como en un cuento de García
Márquez, algo muy grave va a pasar sin que, a medida que transcurra el tiempo,
suceda algo distinto de lo que se ha hecho rutinario: la protesta, las
guarimbas, el diálogo, las conferencias de paz para cualquier tema, los
viceministerios para las cosas más insólitas e intrascendentes, la
improvisación de leyes y decretos, y concluya, en consecuencia, que nada
ocurrió, sin darse cuenta de que, en sus narices, tales acontecimientos
enrarecen la atmósfera política, porque quienes ejercen el mando no entienden
que la cuestión no es reunirse para fijar fechas a nuevos encuentros a fin de
discutir sobre más de lo mismo, sino de buscar y encontrar soluciones
radicales, no paliativos, a la aguda y sostenida crisis económica cuyo impacto
se hace sentir, precisamente, en las medidas represivas que se adoptan para
enfrentar el descontento que la incapacidad para resolverla ha propiciado.
Si los fabuladores de este lado del mundo, etiquetados como
exponentes del realismo mágico, han logrado erigir ciudades sobre su escritura,
los hechiceros del socialismo del siglo XXI se las han ingeniado para
hacer coexistir dos naciones aparentemente irreconciliables: una, la que
padecemos, verídica y concreta, en donde habita una mayoría inicuamente
adjetivada como reaccionaria, derechista, burguesa, fascista y conspiradora
que, según los demiurgos castrocomunistas, solo se ocupa de fraguar magnicidios
y golpes de Estado; otra, la paródica y electrodomesticada, copia corregida y
aumentada del paraíso cubano, insostenible en el tiempo porque quien cree
liderarla ni siquiera tiene los papeles en regla y, sin embargo, es quien
dispone de la renta petrolera y es capaz de enviarle a S. S. Francisco I
un ejemplar autografiado del “plan de la patria”, síntesis programática del
populismo mágico, un aspecto impío del menos presentable de los realismos, el
socialista.
Fuente http://goo.gl/0Y6IJa
Labels: Argentina, General José A. Páez
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