Caballos y burros en la vida de Páez
Tomado de la nuevaprensa.com.ve del 03 de octubre
Escrito por David Meignen Medina (*)
viernes, 03 de octubre de 2008
La preeminencia del General José Antonio Páez desde su época de alumno magnacumlaude de Manuelote, hasta su destierro, se debe desde luego, a su inteligencia, a su intrepidez y civilidad, mas sin embargo, su suerte estuvo signada por caballos y burros que le dieron triunfo y meditaciones. Es plausible suponer que estos cuadrúpedos no fueran tan legendarios como el Babieca del CID, el Buéfalo de Alejandro Magno o el Pegaso que montó Belerefonte para combatir a la “Quimera”; sin embargo, le marcaron su vida tan apasionante para la historia.
En la oportunidad que le es aceptada la renuncia de la Presidencia al Dr. José María Vargas, el Coronel José Francisco Farfán toma las armas en los llanos y con propósitos diferentes a los que integraron la llamada Revolución de las Reformas, y en una de las refriegas con Páez, una bala sin dueño destroza las riendas del caballo del Coronel, y el corcel, sin mando ni coerción, lo toman las tropas como baqueano en la creencia de que se ordenaba una retirada, y, ese hecho casual le permitió a Páez el triunfo que ya tenía perdido debido a lo menguado de sus tropas ante el tumulto de los soldados de Farfán: numerosas, y se le otorga el calificativo de: “León de Payara”. Como se ve, caballo distinto al que había jineteado en el hato de Pulido al mando de Manuelote, y diferente al Rocinante de Quijote.
No obstante, sus hazañas no siguieron siempre el curso de la buena suerte. El 15 de agosto de 1849 se rinde en Macapo. Encadenado, sobre el lomo de un burro lo pasea el General Zamora por las calles del pueblo, recibiendo en consecuencia el mote de: El rey de los araguatos”.
No jineteó entonces el General Páez el rucio de Sancho Panza. Jineteó, por el contrario, caballos cerreros que domaban al sol y se tragaban al horizonte y burros mostrenco diferente al pollino que presenció el parto de María y que llevó triunfante a Jesús a Jerusalén. Lejos estaba el General Páez de ser amigo del tierno burrito de: “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez, hecho de lana y de algodón, peludo y suave, combinado con acero, plata y luna, masticando uvas y moscateles y caminando sombras. Pero no olvidemos que Páez fue como Aquiles e igual que Ulises.
La décima obligada para todos los tiempos, tomada de mi poemario titulado “Las alburas del parnaso”, y titulada: Con hambre en la capotera”.
I Venga el arreé lastimero / que yo a la muerte no escurro. / Que la enjalma sobre el burro / le de montura al potrero. / Que en la sabana hay un pero / de invierno mas primavera / de camasa con postrera / de cincha con porsiacaso / en las nubes del acaso / con hambre en la capotera /.
(*) Abogado y columnista
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