Thursday, May 17, 2012

Páez y la formación del estado venezolano Parte III


1874 General José Antonio Páez, Oleo de  Martín Tovar y Tovar 

Este ensayo es obra del profesor Carlos Alarico Gómez, Ph. D en historia y magister en periodismo. Para facilitar su lectura y comprensión, será presentada en tres entregas. NOTA: El autor regalará su biografía de Páez a las 20 primeras personas que envíen su opinión sobre este ensayo.

Parte III: RENACE LA REPÚBLICA DE VENEZUELA
Después de consumada la división de Colombia en tres Estados, la realidad se impone: Páez gobierna a Venezuela, Juan José Flores al Ecuador y Rafael Urdaneta asume el cargo de presidente de Colombia. Bolívar renunció irrevocablemente y se dirigió al extranjero para recuperar su salud, pero muere en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830.

Después de ser designado presidente constitucional por el Congreso Constituyente de Valencia, el 11 de abril de 1831 Páez se dirige a tomar el juramento y al llegar a la puerta de acceso el coronel que se encontraba al frente del regimiento militar levantó marcialmente la voz y le ordenó a sus hombres:

-¡Atención, firmes! Con vista al ciudadano presidente de la República ¡presenten armas!

El primer magistrado se detuvo ante la bandera y después de besarla entró en el recinto, donde lo estaba esperando una comisión de parlamentarios que lo acompañó en su breve recorrido hasta el salón de sesiones donde ya estaba reunido el Congreso en pleno. Al verlo llegar, el secretario de esa corporación exclamó:

-Ciudadanos senadores, ciudadanos diputados: A las puertas del Congreso se encuentra el ciudadano presidente de la República.

Los legisladores se pusieron de pie y aplaudieron al jefe del Estado, mientras éste era conducido al estrado donde presentaría juramento como primer presidente de la República de Venezuela, electo el 24 de enero de 1831 para el período abril 1831-abril 1835. Al hacer uso de la palabra, se refirió de manera especial al poblamiento y enfatizó:

-No tenemos caminos por falta de hombres, no tenemos navegación interior por esa misma falta y, por ello, es corto el comercio, poca la industria, escasa la ilustración, débil la moral y pequeña Venezuela.

En su corta disertación Páez delineó la dramática situación en que se encontraba el país después de tantos años de guerra, en la que murió casi el 40% de la población masculina joven. Para subsanar en parte este problema el Congreso promulgó la Ley de Inmigración de la República de Venezuela, la cual estaba dirigida preferentemente a los canarios, por considerar el legislador que eran los que mejor podían adaptarse a nuestra idiosincrasia, dada la afinidad cultural, social y religiosa existente entre ambos pueblos. Páez no fue el primero en considerar la necesidad de poblar para poder crecer. El vicepresidente de Colombia, Francisco Zea, expresó en 1820 en Angostura que:

-Los puertos están abiertos a los hombres de todas las naciones, ya lleguen como comerciantes y viajeros o como inmigrantes deseosos de convertirse en ciudadanos.

Y más adelante, en 1823, Bolívar puso el ejecútese a la primera Ley de Inmigración en la que se ofrecían tierras y apoyo crediticio como incentivo para que vinieran a vivir y trabajar en Venezuela. Sobre el mismo aspecto discurre el periódico El Semanario Político (Caracas, 7 de septiembre de 1830): el remedio vital es la inmigración. Es preciso que Venezuela, para existir, abra sus brazos a todos los hombres que quieran traernos en los suyos los bienes que sin ellos no podemos gozar; con ellos y no de otro modo tendremos agricultura, comercio, industria, artes, ciencias, caminos, civilización y prosperidad... Con la inmigración Venezuela recibirá lecciones de sabiduría en todos los ramos o necesidades de la vida social.

De ello habló Carlos Soublette con la regente María Cristina cuando fue a España en 1835, en una misión diplomática destinada a buscar el reconocimiento de ese país para la nueva República de Venezuela. En su obra “Gran Recopilación Geográfica, Estadística e Histórica” (1890) Landaeta Rosales asevera que entre 1832 y 1857 llegaron al país un total de 12.610 inmigrantes, cifra considerable si se toma en cuenta que para 1839 el país tenía 945.348 habitantes, distribuidos según Codazzi (op. cit.) del siguiente modo: mestizos: 414.151 (43,8%), blancos: 260.000 (27,5%), indios: 221.415 (23,4%) y negros: 49.782 (5,3%). Las cifras guardan coherencia con las que aportó Humboldt en su obra “Viaje a la Regiones Equinocciales del Nuevo Mundo” (tomo V, página 100), citado por Fernández y Fernández en su obra “Reforma Agraria en Venezuela” (1948), según las cuales para 1804 la composición étnica de la población venezolana estaba distribuida así: mestizos: 426.000 (53%), blancos europeos: 12.000 (1,0%); blancos venezolanos: 200.000 (25%), indios: 100.000 (13%) y negros: 62.000 (8,0%). La política migratoria de Páez estaba dando sus resultados y ya se veía el repoblamiento después de las inmensas pérdidas de vidas humanas ocurridas durante la Guerra de Independencia, que fue fundamentalmente una confrontación entre nacidos en esta tierra, sin importar su origen étnico.

El otro aspecto a considerar es que la misma conflagración permitió que se incrementara el mestizaje, debido a que los vencedores de cada batalla cometían actos de violación contra las mujeres que se encontraban en las poblaciones conquistadas, especialmente durante el período de Guerra a Muerte, pero que fue justamente ese grupo social el  que más pérdidas sufrió durante la época. Eso explica que haya bajado un 10% entre las dos fechas trabajadas por ambos investigadores. También es necesario señalar las consecuencias originadas por la real cédula “Gracias al Sacar”, que en el lapso 1804-1810 permitió que pardos y quinterones fueran equiparados con los blancos criollos, por cuyo motivo Codazzi los incluye en la categoría blancos. 

En el caso de la población negra hay que estimar que si bien se prohibió la introducción de esclavos a partir del Decreto del 11 de enero de 1820, ratificado después en la normativa de la Constitución de Cúcuta en 1821, ésta aumentó debido a que hubo una gran inmigración de personas que provenían de Trinidad hacia la región de Guayana.  

En lo referente a la raza blanca, el análisis indica que para el momento en que Codazzi elabora su censo ya los efectos de la política migratoria de Páez se habían hecho sentir. La mayoría de los recién llegados eran españoles, alemanes, italianos y, en menor cantidad, provenientes de países del oriente de Europa. Desde luego, no todos aparecen registrados en las páginas de la historiografía nacional, pero algunos nombres se evocan de una manera especial como los de Henry Pittier, Adolfo Ernst, Vicente Gerbasi, Fabio Echevarreneta y Albert Cherry, entre muchos otros.

Durante su período Páez también le dio gran importancia a la educación creando colegios de tercer nivel en casi todas las provincias del país, pero hizo especial énfasis en la formación de un espíritu de identidad nacional, al tiempo que buscó la paz y estableció una total libertad de prensa. Al llegar al final de su período se mantuvo neutral en la escogencia de su sucesor. José María Vargas fue uno de los que más sonaba para el cargo. Desde 1833 se había destacado como presidente de la Sociedad de Amigos del país, proclamando como pilares fundamentales del buen ciudadano el amor al trabajo, a la naturaleza y a la patria. En 1834 se conformó una poderosa corriente civilista integrada por los estudiantes universitarios y por los profesionales que sostenían la tesis de que para ser presidente no era preciso tener el cognomento de prócer de la Independencia. Esa corriente solamente consideró una opción: la candidatura de José María Vargas. Sin duda, se trataba de la figura más prominente fuera del procerato de la Independencia. Vargas se resistió a la tentación de aceptar la candidatura y argumentó con profunda sinceridad sus razones, pero pudieron más las presiones de esa corriente civilista que su desprendimiento.

En las elecciones compitió por la Presidencia con los generales Santiago Mariño y Carlos Soublette, resultando electo por mayoría de votos, de acuerdo al  sistema de segundo grado que existía entonces. El 9 de febrero de 1835 asumió la Presidencia y en sus palabras de juramentación como primer magistrado, expresó de manera enfática:

-Veo con asombro esta súbita transición.
Vargas no buscó la Presidencia, pero la asumió con gran responsabilidad. Sin embargo, el sueño duró hasta el 7 de julio de 1835 cuando amanecieron sublevados los cuarteles de Caracas, en lo que habría de ser la primera asonada militar exitosa de nuestra historia. Ese día se alzaron en Caracas el Batallón Anzoátegui y el Cuerpo de Policía. Los jefes de la revuelta fueron los generales Santiago Mariño, Diego Ibarra, Justo Briceño, José Laurencio Silva, Luis Perú de la Croix y Pedro Briceño Méndez, entre otros. Los hombres de más prestigio en el país. Todos bolivarianos. Vargas llama a Páez en su auxilio y lo nombra jefe de operaciones contra los facciosos, pero mientras llega a Caracas, el presidente es increpado por Pedro Carujo, otro de los conjurados, quien lo arresta en su domicilio dejando a Julián Castro en su custodia. No obstante, decidieron más tarde expulsar a Vargas del país y lo embarcaron en la goleta Aurora rumbo a Saint Thomas.

Entretanto Páez se dirigió hacia el Apure, su tierra de influencia, a prepararse para la guerra. Puerto Cabello, Barquisimeto, Valencia, Quíbor y Maracaibo se unieron a la rebelión. José Tadeo Monagas lanza una proclama el 15 de julio llamando a los orientales a tomar las armas “...en apoyo a las reformas que salvarán al país”. Algunos revoltosos que ven que Páez ha tomado partido a favor de Vargas y no del movimiento revolucionario, que lo había designado jefe del mismo, deciden marchar hacia oriente a buscar el respaldo de Monagas, pero “El Centauro”, que ve claramente la maniobra de los rebeldes, lo nombra comandante general, evitando así que el caudillo oriental asuma el liderazgo de la Revolución de las Reformas, que es el nombre con que se conoce a este movimiento, llevado a cabo exitosamente por el ge­neral Santiago Mariño, quien ejerció brevemente el poder con el título de Jefe Supremo, logrando dirigir el país durante dos semanas.

La Revolución tenía como objetivo la reconstitución de Colombia. Es decir, volver el territorio y las instituciones a la situación en que se encontraban cinco años atrás. Fue la última oportunidad real de lograr el renacimiento del proyecto bolivariano. Monagas ni aceptó ni rechazó el nombramiento que le hizo Páez, pero se reunió con los líderes rebeldes que acudieron a Barcelona, luego de lo cual emitió una proclama, parte de la cual dice lo siguiente:

“...restablecer la República de Colombia y organizarla en estados federales, para sacar a los venezolanos del estrecho círculo en que los consideraba...”. Y luego le envía una carta a Páez en la cual le explica que: “...ni V. ni yo dispusimos ni tomamos parte del movimiento del 8 (de julio). El hecho existía cuando llegó a nuestra noticia y no estando en nuestro arbitrio impedir lo que ya había sucedido, el patriotismo y el celo por el bien público nos aconsejaban que sacásemos de este hecho el bien que fuera posible para el país, sin ponernos á disputar si el hecho en sí era bueno ó malo; porque esto no influirá sino en irritar más y exaltar las pasiones...ese será el objeto del encono y de la rabia de nuestros letrados y de nuestros godos. Se servirán ahora de V. para ver si nos destruyen á nosotros, y después se servirán de otro para destruirle a V., porque nuestra existencia es el sumario que los condena”. 

El análisis de Monagas es importante para comprender su posición política y su criterio acerca de la forma cómo se debería administrar el Estado. Entre líneas se puede observar una crítica mordaz para Páez, al que le atribuye dejarse llevar por abogados y terratenientes que, a su criterio, no buscan otra cosa sino hacer que los fundadores de la nacionalidad se destruyan entre ellos, para después poder recoger los frutos. Y le aconseja tratar con prudencia a sus antiguos compañeros de armas. El líder llanero domina el golpe de Estado y hace llamar de nuevo a Vargas, quien regresa a la Presidencia el 20 de agosto. Páez es homenajeado por el Congreso y recibe el título de “Ciudadano Esclarecido”.

Sin embargo, el problema de fondo no queda resuelto. La actitud de Vargas persiste. Tal como era de esperarse, no tiene interés en los asuntos de Estado y expresa enfáticamente que solo desea volver a su profesión de médico y a su cátedra universitaria. El 24 de marzo de 1836 se retira definitivamente de su alta magistratura, dejando encargado al vicepresidente Andrés Narvarte. La renuncia es formalizada el 14 de abril. En enero de 1837 asume José María Carreño y en mayo se encarga Carlos Soublette, quien termina el período en enero de 1839. Es decir, hubo cuatro presidentes en el período, a un promedio de uno por año, sin incluir el breve tiempo en que Mariño y Páez ejercieron el poder durante la crisis de julio-agosto de 1835.

Mariño fue expulsado del país. José Tadeo Monagas fue nuevamente amnistiado por Páez, quien emitió un Decreto que firma en el sitio conocido como la Laguna de Pirital, en Sabana del Roble, el 3 de noviembre de 1835, garantizándole la vida, la propiedad y el rango a todos los que depusieran sus armas. El jefe oriental se acoge al Decreto y se retira a sus posesiones de Aragua de Barcelona, bajo promesa de no intentar de nuevo el derrocamiento del Gobierno, lo cual cumple.



Segunda Presidencia
El segundo Gobierno de Páez (1839-1843) va a ser aún más complicado que el primero. Surge el partido Liberal y sus líderes toman contacto directo con los electores y editan un periódico que va a marcar pauta en la historia del periodismo nacional: El Venezolano. El nuevo medio de comunicación nace, según dice en su editorial del primer número: “...para combatir con el lenguaje de la razón los principios de la oligarquía política que aflige a Venezuela; los errores de la administración y los extravíos de las legislaturas pasadas; sostener y consolidar la opinión de los que forman el partido de los verdaderos principios constitucionales; y favorecer y sostener la marcha franca y liberal de la República”.
El periódico, órgano de la Sociedad Liberal, es un semanario de cuatro páginas, que nace bajo la dirección de Antonio Leocadio Guzmán, antiguo ministro de Páez, convertido ahora en su enemigo. Es editado en la imprenta de Valentín Espinal, ubicada de Bolsa a Mercaderes. El partido tiene como máximo dirigente a Tomás Lander, respaldado por un grupo de intelectuales de primera línea, tales como Tomás José Sanabria, José Austria, Jacinto Gutiérrez y el propio Guzmán. Este partido se convierte en un movimiento político que crece aceleradamente, apoyado por circunstancias que lo van a favorecer.

En primer lugar, desde el punto de vista político, Páez y su grupo eran atacados por los seguidores de Bolívar, acusándolos de no ser consecuentes con los próceres, ya que se apoyaba en letrados y terratenientes. En segunda instancia, eran criticados por haber provocado la crisis que se estaba viviendo, aunque sabían muy bien que la causa estaba en el deterioro de la economía mundial, que había tenido un primer derrumbe en 1837, pero que en 1841 había llegado a límites dramáticos en lo referente a los precios del café y del cacao, que constituían más del 60% de los productos de exportación. El café cayó en un 45% entre 1841 y 1843, lo que afectó a los productores que no pudieron cancelar con facilidad sus préstamos, aumentando los problemas entre los deudores y los acreedores. En el caso del cacao la situación era todavía peor y la situación se agravó con los precios del ganado que también bajaron drásticamente en el mercado internacional. Una idea cabal de la crisis la reflejan algunos datos que suministró el ministro de Hacienda Juan Manuel Manrique durante la presentación de su Memoria y Cuenta de 1845, en la cual refiere que para el año 1834 el quintal de café valía 12 pesos, en tanto que en 1844 el precio había caído a menos de 7 pesos. Asimismo, el año 1844 se habían producido importaciones por el orden de los 4.300.000 pesos, considerablemente menor a 1841 cuando la cifra alcanzó la cantidad de 7.400.000 pesos. Las cifras de exportación, si bien menos dramáticas, reflejan una disminución de 7.600.000 a 6.000.000 de pesos. Obviamente, la crisis no era debida solamente al café. Existía falta de mano de obra, carestía de transporte y urgente necesidad de construir nuevos caminos que facilitasen la labor de mercadeo de los productos agropecuarios, conduciéndolos desde el lugar de producción hasta los sitios de consumo.

El Gobierno se había anotado varios éxitos, entre ellos la creación del Banco Nacional y la aprobación de la reforma de la Ley de Libertad de Contratos (Espera y Quita) el 1 de mayo de 1841, que fue un esfuerzo notable para amortiguar la rigidez del instrumento legal creado en 1834, con el objeto de bajar la presión de la opinión pública. Además, durante la última parte del segundo Gobierno de Páez se pagó una buena parte de la deuda adquirida en la época de la Guerra de Independencia, cuyo mayor acreedor eran los británicos. Este pago llegó a la cantidad de 7.217.915 pesos. Pero, sin duda, la mayor contribución de Páez al desarrollo del país fue el apoyo que le dio a la educación, sobre todo con la creación de los colegios nacionales en muchas provincias, entre ellas las de Carabobo, Guayana, Trujillo y otras más. Mención destacada debe hacerse a la libertad de expresión que existió en el período, en cuyo lapso surgieron medios de gran peso en la oposición, así como el surgimiento de los primeros diarios nacionales, entre ellos El Diario de Avisos (1837) y La Mañana (1841).

No obstante, los aspectos positivos no eran informados debidamente a la opinión pública y, en ocasiones, eran totalmente omitidos, a pesar de que los conservadores iniciaron una campaña de defensa de su Gobierno a través de varios medios, entre ellos El Escalpelo y El Liberal. Esta última publicación, aunque por su nombre no lo pareciera, era de contenido conservador, lo cual pudo haber sido una estrategia de sus líderes. La oposición liberal, por el contrario, no perdía ninguna oportunidad de atacar al contrincante. La situación económica, por ejemplo, sin duda precaria, fue hábilmente criticada por el partido Liberal. Como consecuencia de esto, El Venezolano aumentó su tiraje y su circulación llegó a lugares inaccesibles, debido a que se adoptó la costumbre de que los que sabían leer daban a conocer las noticias al resto de los habitantes, que eran la inmensa mayoría. García Ponce, en su obra Panorámica de un Período Crucial en la Historia de Venezuela (1982, p. 127) revela que del total de la población electoral de 1846, solamente  39.022 personas sabía leer y escribir. Es decir, el 32%.  

El largo dominio de Páez afectaba la causa conservadora, la cual era percibida como favorecedora de privilegios y del status quo. Además, la oposición liberal estaba muy pendiente de enfatizar sus desaciertos. Se le recordaba a la ciudadanía, día tras día, que permanecía intacta la distinción entre hombres libres y esclavos; que se había agravado el problema de la tenencia de la tierra y que el propio presidente se había convertido en un terrateniente; que no se había fomentado el desarrollo de la industria; que aún se mantenía el sistema censitario de elecciones; y, peor aún, que todavía existía la pena de muerte por delitos políticos, basada en la Ley de Conspiradores, lo que se convertía en un freno atemorizador para las actividades de la oposición.

En esa atmósfera de malestar económico y político, el Gobierno tuvo un respiro con la repatriación de los restos de Bolívar, lo cual ocurrió en 1842. Los actos oficiales y la excelente oratoria de Fermín Toro exaltaron la obra libertaria de los formadores de la nacionalidad -entre los cuales estaba Páez- y reflejaron la amplitud de los hombres que estaban a cargo del Estado. El conservatismo se afianzaba en la defensa de la Constitución, de la paz y del orden social. No obstante, el Gobierno no aprovechó debidamente esta circunstancia y continuó sin explicar claramente las razones de la grave crisis económica que afectaba a la población. En cambio, el periódico de los liberales en oriente El Republicano, que era el vocero semi-oficial de José Tadeo Monagas, editado con su apoyo por Blas Bruzual en Barcelona actuaba con mucha habilidad e inteligencia.

El fin del Gobierno conservador
Durante el segundo Gobierno de Soublette se presentaron disturbios, generados por un movimiento que encabezaba Antonio Leocadio Guzmán, quien ocupó la posición de máximo líder del liberalismo dejada por Lander, fallecido en 1845. Ese fenómeno político se diferencia de los anteriores en la forma novedosa en que intenta tomar el poder. No se trata ahora de un grupo militar. Por primera vez se observa a un hombre que motiva las multitudes a través de los medios de comunicación social y de la oratoria. Utiliza el periódico El Venezolano como un medio de crítica política y enseña a sus compatriotas una nueva manera de buscar los votos: el contacto directo con la gente. Las elecciones de 1946 demuestran que la táctica del liberalismo no era equivocada. José Tadeo Monagas es electo presidente y asume el poder el 1 de marzo de 1847, a los 62 años de edad. Fue el quinto presidente de Venezuela, electo para el período 1847-1851, sin reelección, con un total de 107 votos, contra 97 de Bartolomé Salom, 57 de Antonio Leocadio Guzmán, 46 de José Félix Blanco, 6 de José Gregorio Monagas, 2 de José Antonio Páez, 1 de Santos Michelena y 1 de Santiago Mariño. Díaz Sánchez explica en su obra Guzmán (1969, p.288) que Páez lo recibió en La Guaira y juntos entraron en Caracas. Monagas se hospedó en La Viñeta, casa de Páez ubicada en la esquina de El Mamey, pero rápidamente buscó residencia, haciendo una negociación con la Sra. Concepción Escurra, propietaria de la vivienda  N° 36 de la Plaza de San Pablo.

La Venezuela que recibió Monagas tenía 1.273.155 habitantes, en tanto que oriente contaba con 153.000. El ingreso anual era de 2.076.202 pesos, mientras que la deuda pública era de 20 millones. Caracas tenía 34.165 pobladores, alcanzando 49.000 con los pueblos aledaños de El Valle, Chacao y Petare, 100 de los cuales eran extranjeros. Las ruinas del terremoto de 1812 todavía eran visibles. Había poco tránsito en las calles, especialmente de noche. Existían solo dos entes financieros, ambos creados durante el segundo Gobierno de Páez: el Banco Colonial Británico y el Banco Nacional de Venezuela. El Británico fue inaugurado en 1839 como una sucursal del Banco de Londres, presidido por John Irwin y gerenciado por Leandro Miranda, hijo del Precursor, quien se casó aquí con la joven guayanesa Isabel Dalla Costa Soublette, sobrina de Carlos Soublette. El Banco Nacional de Venezuela fue inaugurado dos años más tarde, con una participación del 20% por parte del Estado. Esa empresa abrió sucursales en Angostura, Cumaná, Barcelona, Puerto Cabello, Barquisimeto, Barinas y Guanare. Los directivos fueron Juan Nepomuceno Chaves, William Ackers, Juan Elizondo y Adolf Wolff. El Gobierno designó como sus representantes a Wenceslao Urrutia y a Guillermo Smith. Aun cuando el Estado tenía un 20% del capital, utilizó los servicios bancarios como si fuera  dueño del total, lo cual es razonable si se toma en cuenta que el otro ente no tenía sucursales en el interior. Como era de esperarse, ambas empresas entraron en conflicto muy pronto, debido a las claras preferencias gubernamentales por una de ellas.

El Gobierno de José Tadeo Monagas trajo consigo la instalación del Estado liberal. “El Catire” lo entendió, pero decidió retirarse a sus posesiones de Apure. Desde allí le escribió a Monagas una carta que lucía amenazadora:

-No hay sacrificio, permítame Usía repetirlo en esta ocasión, que no esté dispuesto a hacer por mi patria, por la patria de mis padres, por la patria que me ha colmado de honores y distinciones.

En consecuencia, Monagas prepara su estrategia. Sabía bien que estaban redactando una acusación en su contra por violaciones contra la Constitución.

Por su parte, a Páez se le comienza a complicar la vida. El año 1847 fue terrible para él. En Choroní, su adorada Barbarita Nieves enferma de gravedad y raudo cabalga hacia ella para estar a su lado, pero no hay nada que se pueda hacer. En su compañía había pasado una vida feliz desde 1821. Barbarita lo había hecho padre de Ursula, Juana y Sabás. Cuando mejoró, en noviembre, decidió llevarla a su hogar de Maracay, pero allí se agravó de nuevo y murió el 14 de diciembre de ese año. Mientras el líder llanero vivía su drama personal, la política seguía su complicado curso. Los conservadores siguen acudiendo a su residencia de Maracay a buscar consejos. El 10 de diciembre de 1847 se había dado la primera voz de alarma, al llegar a la directiva de la Cámara de Representantes una denuncia contra Monagas por infracciones y abusos cometidos contra la Constitución y las leyes. Concretamente, parte del documento dice: “El Poder Ejecutivo ha ejercido actos para los cuales se requieren facultades extraordinarias, sin haberlas obtenido en el Consejo de Gobierno, como lo previene el artículo 118 de la Constitución. La fuerza armada ha sido empleada sin previo acuerdo y consentimiento del Consejo de Gobierno, en quebrantamiento del artículo 121 de la ley fundamental. El presidente de la República ha ejercido la administración del Estado fuera de la capital, contra la dispuesto en el artículo 113 de la misma Constitución”. Adicionalmente, se le acusaba de haber efectuado nombramientos ilegales de gobernadores y jefes militares, así como brindar protección a los conspiradores de 1831 y 1835. Esta era la base fundamental de la acusación que preparaban contra Monagas para la reunión que el Congreso efectuaría en enero de 1848. Quintero había asumido el liderazgo de la oposición conservadora, pero sin perder contacto con Páez, que estaba al lado de Barbarita acompañándola en las últimas horas de su vida.

Fusilamiento del Congreso
Entretanto, Monagas había tomado medidas destinadas a mantenerse en el poder. Santiago Mariño había sido traído del exilio y nombrado Comandante Militar de la Provincia de Caracas, José Laurencio Silva fue designado para igual cargo en Carabobo, su hermano José Gregorio estaba al frente del Ejército en Barcelona, el coronel Francisco Avendaño tenía a su cargo la custodia militar de la ciudad capital y el coronel Antonio Valero custodiaba la ciudad de Coro. Eran todos sitios estratégicos, cuya vigilancia era esencial para Monagas. Algunos de esos hombres habían servido a los conservadores, pero Monagas, conocedor de su idiosincrasia, contaba con el respaldo personal más que político. El nuevo año se inicia en el medio de un clima político tempestuoso. Los conservadores deliberan su estrategia en el Club La Renaissance y acuerdan reunir al Congreso en una ciudad distinta a Caracas, con el objeto de prever cualquier reacción violenta por parte del Ejecutivo. El propósito es enjuiciar al presidente. El 20 de enero no se reúne el Congreso por falta de quorum. Monagas se mantiene imperturbable. El día 23 se logra al fin la asistencia necesaria para poder instalar la plenaria. En las afueras de las Cámaras se congrega una multitud integrada por miembros de ambos bandos, en la plazuela de San Francisco. Las deliberaciones comienzan normalmente. Los representantes, bajo la dirección del presidente de la Cámara, Dr. Miguel Palacios, han tomado la decisión de trasladar las sesiones a Puerto Cabello y forman una guardia especial al frente de la cual designan al coronel Guillermo Smith y al capitán Bernardo Zamora, quienes logran organizar un grupo de 200 jóvenes voluntarios. A 53 de ellos los armaron con fusiles, a 22 con escopetas y al resto con trabucos, pistolas, lanzas o espadas, de acuerdo a lo establecido en el Art. 75 de la Constitución.
Por su parte, el Ejecutivo convoca a la milicia y envía al gobernador de Caracas a convencer a Smith para que disuelva la guardia, por cuanto consideraba que la Cámara había interpretado erróneamente el artículo en referencia. Entre tanto, Blas Bruzual escucha los comentarios que circulan sobre la guardia que constituyeron los conservadores -cuyo número algunos ubicaban en 4.000- y procedió a reunir una milicia de 1.000 personas armadas, a las cuales colocó alrededor del recinto.

Los congresistas no se habían movido del edificio del Congreso en toda la noche. El 24 en la mañana se encuentran en sus curules analizando una carta del ministro del Interior en la que les hace ver la preocupación del Ejecutivo por la extraña conducta demostrada, especialmente en la creación de una guardia que no considera necesaria. A las 12.30 del mediodía se presenta el ministro del Interior, Martín J. Sanabria, quien viene a leer el Mensaje anual de la gestión del Ppresidente, como era la costumbre de la época. El ministro entrega el informe a la Presidencia del Congreso y mientras espera que las Cámaras se instalen, se corre el rumor de que ha sido hecho prisionero. Las turbas liberales, que se encontraban en las afueras, comienzan a alterarse y de pronto se oye una voz que grita:

-¡Han asesinado al doctor Sanabria!
A partir de ese momento los hechos se suceden con gran rapidez. Los hombres de Bruzual tratan de entrar por la fuerza y la guardia se los impide. Comienzan los disparos y cae mortalmente herido el capitán Miguel Riverol. También caen sin vida el sastre Juan Maldonado y el sargento Pedro Pablo Azpúrua. La violencia se desata, de parte y parte. La lucha es a cuchillo, puñetazos, tiros, garrotes y piedras. Cada quien peleaba con los recursos de que disponía. El coronel Smith intenta controlar la situación, pero recibe una herida con arma blanca, aunque se mantiene en pie interviniendo lo mejor que puede en el conflicto.

En el interior del recinto parlamentario la situación es de tanta violencia como afuera, aunque con menos armas. José María de Rojas, vicepresidente de la Cámara, saca un puñal y amenaza de muerte al ministro Sanabria. Juan Vicente González trata de intervenir en el debate mostrando una carta de Páez que desea leer, pero nadie lo oye y decide escaparse por el techo, con lo cual resguarda su vida. Cristóbal Mendoza, que piensa que todo lo que está pasando ha sido fríamente calculado por el ministro, lo amenaza con un revólver, llamándolo malvado. El diputado Delfín Cerero ruega al sacerdote José Vicente Quintero, que está en el recinto, que le dé la extrema unción, porque estima que todos van a morir. Santos Michelena, que trata de abandonar la sala por la puerta principal, es herido mortalmente por el bayonetazo de un soldado del Gobierno y muere a las pocas semanas en la Legación de la Gran Bretaña, donde había solicitado asilo. Otros tres parlamentarios son asesinados por las turbas: Juan García, José Antonio Salas y Francisco Argote.

José Tadeo Monagas, que ha sido advertido de los sucesos por uno de sus asistentes, se dirige al sitio de los hechos acompañado por Santiago Mariño y Juan Antonio Sotillo. La gente se calma al verlo y alguno de sus partidarios deja escuchar un grito solidario: “Viva el salvador de la democracia venezolana” (Díaz Sánchez, op.cit., p.16). Es un día funesto para el país. No es posible olvidar la muerte de aquellos venezolanos que perdieron su vida en una hora aciaga de la historia nacional. El hecho es conocido como “El Fusilamiento del Congreso”. A partir de ese momento el Poder Legislativo perdió su autonomía. Pasarán muchos años antes de que se pueda instalar de nuevo un parlamento soberano. Monagas, que hasta ese momento había ido conquistando progresivamente la simpatía de las mayorías, comienza a desmejorar en su imagen pública.

El Centauro estaba en la ciudad de Calabozo, en compañía de Soublette y de Ángel Quintero, cuando se enteró de los sucesos de Caracas. Decidió entonces trasladarse a su hacienda de El Rastro, cercana a Calabozo, y estando allí recibe una carta de Monagas en la que le narraba los acontecimientos ocurridos en el Congreso. El presidente le explica que todo se debió a la actuación ilegal de la Cámara de Representantes, la cual designó un cuerpo armado que contribuyó a perturbar el orden, lo que trajo como consecuencia la pérdida de vidas humanas y la paralización del Congreso. Y le agrega: “La República se encuentra en situación que demanda nuestros esfuerzos y nuestros sacrificios... Espero de usted su colaboración y consejos...” (Castillo, p. 116). 

La respuesta de Páez marca la ruptura definitiva de los dos próceres: “Por primera vez he lamentado haber nacido en una tierra en donde a nombre de la libertad se cometen tan abominables atrocidades... Tan grave y tan extraordinario, tan bárbaro y tan inmoral ha sido el hecho del 24 en esa capital...Agrava mi dolor el convencimiento que me asiste de la gran responsabilidad moral que pesa sobre mí, por haber sido el más empeñado en la exaltación de V. E. a la Presidencia... En la situación que V. E. se ha colocado, ¿qué consejos podré darle?... V. E. aparece a los ojos de Venezuela como el más grande, el más ingrato y vengativo de todos mis enemigos... Ya V.E. no inspira confianza a la parte más sana, más concienzuda y más fuerte de la sociedad...”. Y sentencia: “V.E. responderá ante Dios de las consecuencias de la guerra. Yo no puedo ser indiferente al alto crimen perpetrado contra la Nación... Tengo solemnes compromisos con la Nación, sagrados deberes hacia ella y estoy dispuesto a llenarlos con la más grande decisión...” (Ibid). A partir de ese momento, se declara en rebeldía. La guerra civil está a punto de comenzar.

El presidente, por su parte, se reúne con sus asesores tan pronto recibe la carta de Páez. En la reunión estaban Diego Bautista Urbaneja, Santiago Mariño, Blas Bruzual y Diego Ibarra. Algunos le aconsejaron marchar a los llanos para atacar a Páez en su territorio, mientras que otros recomendaron la dictadura. Monagas optó por lo primero, pero le precisó a sus amigos:

-No se preocupen, que la Constitución sirve para todo.
 Luego le ordena a Mariño organizar el Ejército y atacar a Páez en los llanos. Para ejecutar la acción, Mariño selecciona a uno de los oficiales más conocedores de la región, además de inteligente y de probada valentía durante la Guerra de Independencia: José Cornelio Muñoz, un hombre formado por Páez, a quien le había enseñado el arte de la guerra desde los diecisiete años. Mariño lo midió bien. Sabía que el llanero era un militar a toda prueba y que, por tal razón, obedecería las órdenes de su superior jerárquico, que en ese momento era él y no Páez. Muñoz había sido uno de los héroes de Las Queseras del Medio, al lado del Centauro, y bajo su mando había combatido en Mucuritas, Mata de la Miel, Carabobo, Puerto Cabello y en muchas otras acciones de guerra. De inmediato se preparó para enfrentar a su antiguo jefe. Mariño puso 10 mil hombres bajo su disposición, pero Muñoz solo usó un 10% de ese contingente.

Páez, a su vez, habló con el representante diplomático de Francia, a quien le pidió que lo ayudara a sacar su familia hacia Curazao y, al lograrlo, procedió a levantar un contingente de soldados. El 4 de febrero, su primer día de campaña, inició su gestión con el lema “Alzad la voz contra la tiranía y preparaos para combatirla”´, pero para ese momento había podido conseguir tan solo 50 hombres.

Luego, se trasladó con Soublette a San Fernando y con grandes esfuerzos pudo aumentar su tropa a 400 combatientes. Páez contaba con su fama y su valor, pero esta vez no consideró los ocho años que el partido liberal había estado pregonando sus ideales por todo el país, en donde el centro de todos los ataques era justamente él. Su imagen política se encontraba disminuida en extremo, pero no lo captó ni siquiera al ver la poca convocatoria que tuvo su llamado “...para combatir la tiranía y procurar el castigo del pérfido magistrado”.

Muñoz y Páez se encontraron en el sitio denominado Los Araguatos, en el Apure, el 10 de marzo de 1848. El combate fue terrible. Se enfrentaron con  el valor que otrora demostraron contra el ejército realista. Ninguno de los dos dio demostraciones de flaqueza. Muñoz, el vencedor, le informó a Mariño que “Fue el choque más horroroso que mis ojos han visto”. Por su parte, Páez asegura en su Autobiografía que ganó el combate, pero que “...la debilidad del que comandaba el ala izquierda, que se devolvió a los primeros tiros produciendo gran confusión, impidió recoger el triunfo, a pesar de los espantosos estragos que fueron causados al adversario...”.

La victoria le permitió a Muñoz obtener el grado de general de división y se retiró a Ciudad Bolívar con el fin de recuperarse. Allí murió el 25 de julio de 1849. Páez se exilió en Curazao y desde allí invadió por Coro el 28 de junio En esta campaña tiene a su lado a sus hijos varones: Ramón (hijo de María Ricaurte), Manuel Antonio (hijo de Dominga Ortiz) y Sabás (hijo de Barbarita Nieves). Entre los oficiales que formaban parte de su comando estaban León de Febres Cordero, José Escolástico Andrade, Domingo Hernández, Wenceslao Briceño, José Ayala (Pbro.), Eliodoro Montilla y Ángel Quintero. Al llegar declara estar en pleno ejercicio de la autoridad que le han conferido los pueblos para restablecer el orden legal en Venezuela. El 4 de julio escribe el jefe rebelde que encuentra a la provincia entusiasmada, pero “...tiemblo cuando reconozco la casi total falta de medios para organizarlos”. En realidad, la situación era precaria en comparación con los recursos de Monagas, pero en otros tiempos Páez se enfrentó al enemigo en condiciones mucho más peligrosas, como fue el caso de Las Queseras en el cual combatió con 150 hombres contra el ejército de Morillo integrado por 5.000 soldados... ¡y ganó! Quizás ese recuerdo pasó por su mente y sin medir la diferencia de ambas épocas, decidió combatir a su adversario.

El 20 de julio partió hacia Barquisimeto con 600 hombres, entre los cuales había 105 oficiales, dotados de 400 bayonetas, 250 fusiles y 20 mil cartuchos. Al comenzar la guerra, vence en Las Albahacas y en Casupo, pero se encuentra en los valles de Macapo con el general José Laurencio Silva, oficial de gran experiencia y valor. Se enfrentaba nuevamente, como en Los Araguatos, a un antiguo oficial suyo, casado con Felicia Bolívar Tinoco, sobrina del Libertador, hija de Juan Vicente. El General Silva era nativo de la región, la cual conocía muy bien, y contaba con 1.000 hombres dotados de buen armamento, bien alimentados. Además de esta enorme diferencia, Páez recibió información de que Mariño se aproximaba al sitio para unirse a Silva con 3.000 hombres más. En realidad, la situación era mucho peor de lo que él se imaginaba. Por la vía de Nirgua avanzaba el general Julián Castro. Desde Duaca subía el general José Trinidad Portocarrero. Por la vía de El Baúl se desplazaban a toda prisa los comandantes Ezequiel Zamora y Nicolás Silva. Estaba, en verdad, totalmente cercado. Ante esta situación, decide rendirse y para tal efecto envía al capitán José de Jesús Villasmil ante el general Silva con el fin de consignarle un oficio firmado por él en el Cuartel General de Vallecito, el 14 de agosto de 1849. Silva acepta la rendición, expresándole que no está facultado para negociar, pero que le ofrece “...la seguridad de las vidas de todos los que se rindieren a discreción”.

Páez y sus hombres son remitidos presos a Valencia, donde el gobernador Joaquín Herrera decide humillar al vencido y le coloca grillos en los pies. Al recibir orden de trasladar al prisionero a Caracas, lo entrega a Ezequiel Zamora,. En el camino se encontró con grupos de personas alteradas, que le gritaban: “¡Muera Páez! ¡Abajo el Rey de los Araguatos!”. En Caracas, lo esperaba la Cárcel de San Jacinto donde estará hasta fines de octubre. El 1 de noviembre lo trasladan al Castillo de San Antonio, en Cumaná, donde es objeto de un trato inhumano, en un calabozo húmedo, con escasa ventilación, en un ambiente sofocante donde tiene que colocarse en el suelo para poder respirar aire fresco a través de la única rendija disponible. El 24 de mayo de 1850 es expulsado del país, tomando en Cumaná el buque Libertador que lo conduce a Nueva York, vía Saint Thomas. 



Continuara…

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Carlos Alarico Gómez. Páez y la Formación del Estado Venezolano.  Parte I: Páez: El Origen de un mito. Entrada.  del jueves 17 de Mayo  de 2012, Consultado el xx/xx/ 2012 URL http://generalenjefejoseantoniopaez.blogspot.com/2012/05/paez-y-la-formacion-del-estado_17.html





FUENTES CONSULTADAS:
Bruni Celli, Blas (1973). Discurso de orden. Centenario de la muerte del general Páez. Caracas: Boletín de la ANH Nº 221, Tomo LVI.
Castillo, Rafael (1984). José Tadeo Monagas. Auge y consolidación de un caudillo. Caracas: Monte Ávila Editores.
Díaz Sánchez, Ramón (1969). Guzmán. Madrid: Editorial Mediterráneo.
Diccionario de Historia de Venezuela (2000).
García Ponce, Antonio (1982). Panorámica de un Período Crucial en la Historia de Venezuela. Caracas: Ucab.  
Gómez, Carlos Alarico (1996). José Antonio Páez. Caracas: Panapo.
Gómez, Carlos Alarico (2006). Monagas. Caracas: Edit. El Nacional.
Landaeta Rosales, Manuel (1890/1963). Gran Recopilación Geográfica, Estadística e Histórica. Caracas: BCV (Reed.).
Landaeta Rosales, Manuel (1891). Anuario Estadístico. Caracas: BCV.
Páez, José Antonio (1863/1981). Autobiografía. Caracas: Pdvsa (Reed.) 
Polanco, Tomás (2000). Páez. Caracas: Cemex.
Rodríguez, Manuel Alfredo (1973). La Estadística en la Historia de Venezuela. Caracas: ANH.

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