Wednesday, December 17, 2008

Muerte y ruina de Bolívar

Tomado del www.elnuevoherald del 17 de diciembre de 2008-12-17

CARLOS RIPOLL

El 17 de diciembre de 1830, en Santa Marta, al norte de Colombia, murió el Libertador. Triste y amargo fin de aquel hombre único en gloria, arrestos e infortunios.

Una semana antes había firmado su última Proclama, a los pueblos de América: ''He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro''. Sus ''perseguidores'' le impugnaron la arbitraria ''federación'' de diversos territorios y su defensa del ''presidente vitalicio'': así razonaba en su proyecto de Constitución para Bolivia, en 1826: ``El presidente de la república viene a ser como el sol que, firme en su centro, da luz al universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua''.

Pocos pensadores han hablado de Bolívar con tanta veneración como José Martí. Supo, sin embargo, encontrarle tacha a la maravilla: dijo en La edad de oro: ''Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre''. Monocracia y no democracia quiso Bolívar, el gobierno de uno, no el de todos. Martí llamó al general José Antonio Páez, por sus faltas, ''semejante a Bolívar''; pecó, dijo, ``como yerra el militar que se [deja] seducir por el poder, cuyo trabajo complicado exige las virtudes que más se quebrantan en la guerra''.

Volvió Martí a Bolívar en un discurso de 1892 para decir: ''Ni de soberbia, ni de ambición, ni de despecho murió el hombre increíble que acaso pecó por todas ellas''. Sí, por todas ellas pecó: por su vanagloria llegó a la ''soberbia''; por la omnipotencia, a la ''ambición''; y al ''despecho'' por el repudio de los que le censuraban la extensión del cetro y el ansia atropellada de poder.
Con frecuencia la muerte del héroe crea leyendas, desde César a Jesús, de Napoleón a Kennedy, y lo que sólo fue conjura se da por hecho. No tuvo otro destino la muerte de Bolívar. Ahora cree el presidente Hugo Chávez que a Bolívar lo asesinaron y ha ordenado que se haga una ''investigación científica e histórica'' del asunto. Si hubiera crimen, por semejanza a lo de hoy, caería en descrédito la oposición a su continuismo y a su política expansionista. Poco antes se preguntaba en un discurso: ‘‘¿Quiénes pudieron asesinar al héroe?'', para responder: ``Oligarcas de Colombia y Venezuela''.

Todo indica que Bolívar murió de tuberculosis. En sus últimos meses, el deterioro de la salud fue paralelo al deterioro de la fortuna.

En mayo de 1830, ya ajeno al gobierno, amenazado de muerte y sin otro caudal que el de la venta de su vajilla de plata, salió al exilio, hacia Cartagena para irse a Europa. En junio asesinaron al mariscal Sucre, quien lo hubiera sucedido: la noticia le llegó a principios de julio, y en esa aflicción le empezaron las fiebres que lo llevaron a la tumba.

En agosto supo de la exigencia del Congreso venezolano para que se marchara de Colombia; en setiembre le escribió al general Rafael Urdaneta: ''Aborrezco mortalmente el mando porque mis servicios no han sido felices''; y en octubre, al mismo corresponsal, le confiesa que es ''un esqueleto viviente''. Luego le escribe a su secretario, el general Pedro Briceño: ``Estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, calumniado y mal pagado''.

Contó su cuasi médico, el francés Alexander Révérend, que del bergantín en que llegó a Santa Marta lo bajaron ''en una silla de brazos por no poder caminar''. Con la esperanza de mejora lo llevaron al campo, a una legua de la ciudad: tosía, a veces deliraba o no podía expresarse, pero el día 10 dictó su testamento.

A poco recibió el viático, y ya el 17, anota Révérend en su diario: ``Desde las ocho hasta la una del día que ha fallecido, todos los síntomas han señalado más y más la proximidad de la muerte. A las doce empezó el ronquido y a la una en punto expiró''.

En presencia de su albacea, el general José Laurencio Silva, y del general Mariano Montilla, uno de sus mejores amigos, se le hizo la autopsia. Se determinó que había muerto de ''tisis tuberculosa''.

Sobre la ruina del Libertador añadió el médico: ``Debo confesar que afecciones morales vivas y punzantes como debían ser las que afligían continuamente el alma del general, contribuyeron poderosamente a imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez de su desarrollo, y de gravedad en las complicaciones, que hicieron infructuosos los socorros del arte de la medicina''.
Se embalsamó el cadáver y lo enterraron en la catedral de Santa Marta. Doce años más tarde, cumpliendo lo dispuesto en su testamento, con honores militares y popular aclamación, se trasladaron sus restos a Caracas.

El obligado homenaje a un hombre superior es la práctica de sus virtudes y la superación de sus defectos. Sobre todas las de Bolívar, en un mundo de ajustes y revisiones, brilla hoy más su acción de justicia para el desvalido; y ante el repudio de las autocracias y de las dictaduras, lo que más hiede de sus yerros es la lujuria de mando.

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