EL General José Antonio Páez Obra de su Propio Esfuerzo
Existen hombre que suelen superar su condición humana y social a través del tiempo, dan oportunidades manteniendo su sencillez, don de gente y firmeza de espíritu, un expedicionario ingles nos reseña que el General Páez es una obra de sí mismo.
La siguiente es una narración del Gustavus Hippsley legionario Británico, conocido como uno de los detractores del Libertador Simón Bolívar, quien fue contratado en Londres por Luis López Méndez a fin de que organizara un regimiento de caballería.
Por razones económicas, y desacuerdos abandono el territorio de lo que era Venezuela en ese entonces regresando a su patria donde entabló una querella contra Luis López Méndez por incumplimiento de contrato.
Lo cierto del caso es que este británico escribió una interesante obra titulada “A Narrative of the Expedition to the rivers Orinoco and Apure in South America” Publicado en Londres en 1819, donde narra sus experiencias, refiriéndose a al General Páez de la siguiente manera:
“...la caballería de Páez es muy superior en cuanto a la vestimenta, el aspecto y la buena condición de sus caballos; sin embargo, no quisiera decir con esto que sus hombres fueran uniformemente vestidos. No hay ninguno que vaya tan desnudo como muchos de los que integran la legión de Cedeño, pero forman un grupo en los que algunos van desprovistos de botas, zapatos o de cualquier abrigo para el cuerpo, excepto por una cobija, que es el accesorio del uniforme general. Muchos de los hombres de Páez andan vestidos con el despojos del enemigo. Por eso se ven con cascos hechos de latón y metal niquelado, largos sables con empuñadura de oro, sillas y frenos adornados con puntos de plata, hasta hebillas.
De hecho, llegué a ver un jinete cuyos estribos estaban hechos de mismo precioso metal. Se cuentan muchas anécdotas relativas a Páez y se asegura que son auténticas. Muchos de nuestros compatriotas fueron testigos de sus proezas. Se hizo general por su propia autoridad, y el mismo Bolívar, lejos de disputarle el mando, se lo ha confirmado plenamente. Páez es obra de su propio esfuerzo; surgió súbitamente durante la revolución (antes de la cual apenas se había oído hablar de él) a la cabeza de una partida numerosa, declarado el propósito de sostener la causa de la república.
Su valor, intrepidez e innumerables triunfos le acarrearon fama y renombre. La rapidez de sus movimientos y la actividad desplegada en la persecución del enemigo; los encuentros personales en los que se ha visto involucrado y las conquistas que ha hecho, tanto colectiva como individualmente, le han consagrado la admiración de sus adictos y el terror de sus enemigos, entre quienes su solo nombre causa espanto cuando avanzan hacia las llanuras y sabanas. Sus subalternos, aunque otros tantos Páez, lo miran como un ser superior, a quien cuatro mil bravos rinden implícita obediencia.
En la parada o en el campo de batalla Páez es el jefe supremo: en las horas de descanso tras las fatigas de una larga y rápida marcha, o después de alguna operación sobre el enemigo inflexiblemente ejecutada, Páez solía Bailar entre los suyos, bebiendo de la misma taza, o encendiendo un cigarro del que tuviera en la boca algún compañero de armas.
Siempre alerta, nunca ha sido sorprendido por el enemigo; y a la aproximación de éste su grito de “Arriba muchachos”, exclamada en español, era suficiente: a los pocos minutos todos estaban listos, y con su héroe a la cabeza, eran invencibles. Se dice que Páez jamás ha perdido una sola batalla dirigida por él aunque bajo las órdenes de Bolívar llegó a ser derrotado.
El general Páez era excepcionalmente activo. Podía, por simple diversión como lo hizo delante de varios oficiales ingleses, señalar un toro salvaje entre el rebaño, perseguirlo, atravesarlo con la lanza y dejarlo muerto, o bien galopar detrás del animal y garrando con firmeza la cola en su mano, doblarla súbita y fuertemente hasta que la bestia rodaba a su lado, en cuyo caso, si alguno de sus hombres no se presenta enseguida a rematarla, le cortaba los tendones de un golpe de espada y la abandonaba allí hasta que llegada su gente, le dieran un golpe de gracia y prepararan la carne para asarla.
En la batalla de Ortiz, en abril de 1818, Páez y su caballería se vieron comprometidos y lograron hacer varias cargas exitosas sobre el enemigo, que aunque inferior en número, era superior al ejército de Bolívar en disciplina y táctica. El General en Jefe había enredado tanto las cosas y confundido las líneas, que la infantería fue derrotada y terminó casi destruida antes de que Bolívar pudiera volver de nuevo en sí, lo que le arrancó al General Páez duros reproches dirigidos contra su jefe. Páez, por orden de Bolívar, cubrió la retaguardia, y una o dos cargas bastaron para poner a salvo la infantería de su total destrucción. Después de la última carga, dirigida por él, fue víctima de un acceso de cierto tipo histérico que lo dejo postrado en el suelo echando espuma por la boca.
El Coronel English presencio el hecho y me ha referido que al verlo en aquel estado corrió hacia él, aunque algunos de sus hombres le advirtieron que bajo ningún concepto tocara al general, asegurándole “que pronto estaría bien; que le ocurría a menudo y que ninguno de ellos se atrevería a tocarlo hasta que no le pasara completamente”. Sin embargo, el Coronel English se le acercó, le roció la cara con un poco de agua, y obligándolo a beber otro tanto, lo restableció enseguida. Al volver en si le dio las gracias, diciéndole que se encontraba “un poco cansado” por la refriega, habiendo matado treinta y nueve enemigos con su propia lanza y que había caído enfermo cuando atravesaba al número cuarenta. A su lado se hallaba la lanza ensangrentada, de la cual hizo regalo al Coronel English como prueba de amistad y afecto. Páez se recuperó y al cabo regresó a su regimiento, no sin antes obsequiarle al Coronel English tres de sus propios caballos.
Tomado de: Hippisley, Gustavus. A Narrative of the Expedition to the rivers Orinoco and Apure in South America; Which salied from England in November 1817, and joined the patritic forces in Venezuela and Caracas. Londres: John Murray, 1819, Págs 416-421.
La siguiente es una narración del Gustavus Hippsley legionario Británico, conocido como uno de los detractores del Libertador Simón Bolívar, quien fue contratado en Londres por Luis López Méndez a fin de que organizara un regimiento de caballería.
Por razones económicas, y desacuerdos abandono el territorio de lo que era Venezuela en ese entonces regresando a su patria donde entabló una querella contra Luis López Méndez por incumplimiento de contrato.
Lo cierto del caso es que este británico escribió una interesante obra titulada “A Narrative of the Expedition to the rivers Orinoco and Apure in South America” Publicado en Londres en 1819, donde narra sus experiencias, refiriéndose a al General Páez de la siguiente manera:
“...la caballería de Páez es muy superior en cuanto a la vestimenta, el aspecto y la buena condición de sus caballos; sin embargo, no quisiera decir con esto que sus hombres fueran uniformemente vestidos. No hay ninguno que vaya tan desnudo como muchos de los que integran la legión de Cedeño, pero forman un grupo en los que algunos van desprovistos de botas, zapatos o de cualquier abrigo para el cuerpo, excepto por una cobija, que es el accesorio del uniforme general. Muchos de los hombres de Páez andan vestidos con el despojos del enemigo. Por eso se ven con cascos hechos de latón y metal niquelado, largos sables con empuñadura de oro, sillas y frenos adornados con puntos de plata, hasta hebillas.
De hecho, llegué a ver un jinete cuyos estribos estaban hechos de mismo precioso metal. Se cuentan muchas anécdotas relativas a Páez y se asegura que son auténticas. Muchos de nuestros compatriotas fueron testigos de sus proezas. Se hizo general por su propia autoridad, y el mismo Bolívar, lejos de disputarle el mando, se lo ha confirmado plenamente. Páez es obra de su propio esfuerzo; surgió súbitamente durante la revolución (antes de la cual apenas se había oído hablar de él) a la cabeza de una partida numerosa, declarado el propósito de sostener la causa de la república.
Su valor, intrepidez e innumerables triunfos le acarrearon fama y renombre. La rapidez de sus movimientos y la actividad desplegada en la persecución del enemigo; los encuentros personales en los que se ha visto involucrado y las conquistas que ha hecho, tanto colectiva como individualmente, le han consagrado la admiración de sus adictos y el terror de sus enemigos, entre quienes su solo nombre causa espanto cuando avanzan hacia las llanuras y sabanas. Sus subalternos, aunque otros tantos Páez, lo miran como un ser superior, a quien cuatro mil bravos rinden implícita obediencia.
En la parada o en el campo de batalla Páez es el jefe supremo: en las horas de descanso tras las fatigas de una larga y rápida marcha, o después de alguna operación sobre el enemigo inflexiblemente ejecutada, Páez solía Bailar entre los suyos, bebiendo de la misma taza, o encendiendo un cigarro del que tuviera en la boca algún compañero de armas.
Siempre alerta, nunca ha sido sorprendido por el enemigo; y a la aproximación de éste su grito de “Arriba muchachos”, exclamada en español, era suficiente: a los pocos minutos todos estaban listos, y con su héroe a la cabeza, eran invencibles. Se dice que Páez jamás ha perdido una sola batalla dirigida por él aunque bajo las órdenes de Bolívar llegó a ser derrotado.
El general Páez era excepcionalmente activo. Podía, por simple diversión como lo hizo delante de varios oficiales ingleses, señalar un toro salvaje entre el rebaño, perseguirlo, atravesarlo con la lanza y dejarlo muerto, o bien galopar detrás del animal y garrando con firmeza la cola en su mano, doblarla súbita y fuertemente hasta que la bestia rodaba a su lado, en cuyo caso, si alguno de sus hombres no se presenta enseguida a rematarla, le cortaba los tendones de un golpe de espada y la abandonaba allí hasta que llegada su gente, le dieran un golpe de gracia y prepararan la carne para asarla.
En la batalla de Ortiz, en abril de 1818, Páez y su caballería se vieron comprometidos y lograron hacer varias cargas exitosas sobre el enemigo, que aunque inferior en número, era superior al ejército de Bolívar en disciplina y táctica. El General en Jefe había enredado tanto las cosas y confundido las líneas, que la infantería fue derrotada y terminó casi destruida antes de que Bolívar pudiera volver de nuevo en sí, lo que le arrancó al General Páez duros reproches dirigidos contra su jefe. Páez, por orden de Bolívar, cubrió la retaguardia, y una o dos cargas bastaron para poner a salvo la infantería de su total destrucción. Después de la última carga, dirigida por él, fue víctima de un acceso de cierto tipo histérico que lo dejo postrado en el suelo echando espuma por la boca.
El Coronel English presencio el hecho y me ha referido que al verlo en aquel estado corrió hacia él, aunque algunos de sus hombres le advirtieron que bajo ningún concepto tocara al general, asegurándole “que pronto estaría bien; que le ocurría a menudo y que ninguno de ellos se atrevería a tocarlo hasta que no le pasara completamente”. Sin embargo, el Coronel English se le acercó, le roció la cara con un poco de agua, y obligándolo a beber otro tanto, lo restableció enseguida. Al volver en si le dio las gracias, diciéndole que se encontraba “un poco cansado” por la refriega, habiendo matado treinta y nueve enemigos con su propia lanza y que había caído enfermo cuando atravesaba al número cuarenta. A su lado se hallaba la lanza ensangrentada, de la cual hizo regalo al Coronel English como prueba de amistad y afecto. Páez se recuperó y al cabo regresó a su regimiento, no sin antes obsequiarle al Coronel English tres de sus propios caballos.
Tomado de: Hippisley, Gustavus. A Narrative of the Expedition to the rivers Orinoco and Apure in South America; Which salied from England in November 1817, and joined the patritic forces in Venezuela and Caracas. Londres: John Murray, 1819, Págs 416-421.
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