Ambientes llaneros en 1848
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Tomado de:
Juan de Dios Sánchez - Emprender un viaje por los caminos de
los llanos venezolanos en la época posterior a la Guerra de la Emancipación era
una experiencia terrible pero llena de vivencias y realidades que forman parte
de lo esencial de la vida de la zona y de la nación. Veamos primero los
paisajes para el viajero que viniera de Europa o de la Nueva Granada e incluso
de Caracas y que se dirigiera llano adentro, era una mezcla de alucinación o
delirio y de un insistente ilusionismo, ambas desbordados, ambos
incontrolables.
Así las cosas oye hablar y aunque entiende lo que se dicen
siente que ese no el español que hablaba en las ciudades, de repente ve que se
hacen cosas, que se acostumbran cosas que no existen donde él vive o viene y
hay un código de moral que es único y que depende de la voluntad por ejemplo
del General José Antonio Páez, jefe de los llaneros en los años inmediatamente
anteriores y líder sin lugar a dudas de la guerra libertadora llevada adelante
en los llanos.
Ayer, en 1823, Páez salía del mar en Puerto Cabello para
liquidar el proceso de la guerra en la que se había hecho inmortal a la cabeza
de sus centauros, los ascendientes de los mismos llaneros que vivían en las
ásperas inmensidades llaneras, perdidos en tierras heridas o muertas, durmiendo
cerca de culebras, de fieras. Soportando los mismos peligros siempre, toda la
vida huyéndole a la candela o a la sequía o esquivando las crecidas aguas de
los ríos que se llevan los pocos animales domésticos y los ranchos enclenques
en los que viven. La vida de los llaneros, imposible de ignorar cuando se llega
a los pequeños y tristes pueblos o cuando se tropieza con un rancho en medio de
la sabana, está lejos de la paz, de la calma. Es vida de angustia, entre la
vida y la muerte que sólo deja abierto el camino de galopar, jinete de los
caminos insondables, de día y de noche, huyéndole a algo que lleva impreso en
el alma.-
Dura es la vida de los niños y de las mujeres de los hombres
y de los animales en aquellos llanos de 1848 que recorren con prisa, con
angustia cada vez más intensas, los viajeros. Hubo otras expectativas pero es
engañoso el verde luminoso de los esteros o las lejanas visiones de las
llanuras siempre horizontales. Pudo ser mejor, mucho mejor de lo que fue el
llegar a pernoctar en aquellas casas que se mostraban grandes, hermosas,
amobladas, de amplias habitaciones en las que dormir era imposible por el olor,
el comer y la presencia de los murciélagos que la llenaban aunque quizá era
también, imposible mejorar la comida que, siguiendo una costumbre de siglos,
era de carne asada de becerro o de vaca, cachicamos, morrocoyes y el llamado
cochino de monte, servidos en anchas hojas de plátanos que actuaban como platos
y colocados en gruesos troncos de bambú atados por bejucos que , sombreados por
árboles enormes, hacían olvidar las penurias.
Así era el ambiente llanero: inmensidades vacías,
escalofriantes, enormes; una raza que lucha sin cuartel y una gran esperanza de
poder algún día, en cualquier tiempo que venga, vivir en armonía con aquel
poderoso paisaje llanero al que queremos con pasión y fuerza.
Labels: Costumbres del llano, General José A. Páez
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