La pasión política (II) General José Antonio Páez
http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/9921236.asp
Tomado de:
Simón Alberto Consalvi
Lunes, 27 de agosto de 2012
La abundancia de constituciones en la historia venezolana
quizás sea una demostración elemental de que la búsqueda del poder (por el
poder) dominó diferentes etapas de nuestro proceso de pueblo
Foto: Google
Un ejercicio más o menos detenido ilustra las tendencias
personalistas que estuvieron detrás de la gran mayoría de esas cartas magnas.
Desde 1930 hasta la última de 1999 se suman 26 constituciones.
Como la de 1909 le impedía la reelección a Juan Vicente
Gómez, sus intelectuales positivistas armaron una tramoya con una supuesta
invasión de Cipriano Castro, inventaron un Estatuto Provisorio y el general fue
entronizado en el poder hasta que la muerte vino a buscarlo. Fue el único
dictador vitalicio que tuvo el país, el único que murió sin soltar el látigo.
La Primera República fue definida por la Constitución de
1811, la que sólo tuvo meses de vigencia (relativa), y, sin embargo, en el
Manifiesto de Cartagena, Simón Bolívar la culpó de todos los males, incluida la
caída del ensayo republicano.
Bajo el signo de la idea grancolombiana conocimos dos, la de
Angostura, 1819, y la de Cúcuta, 1821. Luego vinieron las de la República
independiente, 1830, 1857, 1858, 1864, 1874, 1881, 1891 y 1893. Un total de
once en el siglo XIX. En la primera de esas constituciones de la Venezuela
independiente, la de 1830, se consagró el periodo presidencial con una duración
de cuatro años, sin reelección inmediata. Con la excepción de los absurdos
periodos de dos años de Guzmán Blanco, fue la tendencia predominante durante el
siglo. Ninguna contempló la reelección inmediata e indefinida, equivalente a la
presidencia vitalicia.
La Constitución de 1830 fue redactada por los intelectuales
de más prestigio de la época, y tuvo una vigencia de 27 años, sólo superada por
la de 1961 que rigió 38. No obstante consagrar la soberanía y la separación de
la Gran Colombia, dejó intocables instituciones como la esclavitud, la pena de
muerte por delitos políticos y la elección de segundo grado.
La Constitución estableció, ya se dijo, que el presidente de
la República estaría en sus funciones durante un período de cuatro años y no
podía ser reelegido inmediatamente. Debía esperar, por lo menos, otro período
para regresar, según el artículo 108. Si el vicepresidente hubiere ejercido el
poder por la mitad del periodo tampoco podría ser reelegido para el inmediato.
"La cláusula antirreeleccionista, anotó el tratadista Ulises Picón Rivas,
la introdujo el constituyente de 1819, si bien de manera tímida y discreta,
pues dispuso que "la duración del presidente será de cuatro años, y no
podrá ser reelegido sin intermisión".
Consagró, además, el principio de la incompatibilidad que fue
rescatado un siglo después en la Constitución de 1947, negado incluso en la
reforma de Medina Angarita.
José Antonio Páez es elegido presidente constitucional en
marzo de 1831, gobierna hasta febrero de 1835, cuando le entrega al doctor José
Vargas, elegido para el periodo 3539. Un golpe militar derroca a Vargas en
1835; el golpe tiene el pomposo nombre de "Revolución de las
Reformas", un movimiento reaccionario que busca la restauración de
antiguos privilegios para los "héroes". El coronel Pedro Carujo está
al mando del pelotón de los conspiradores, e increpa al presidente, pistola en
mano.
Páez impone el orden y Vargas regresa, pero renuncia de modo
irrevocable en 1836. Simbolizaba el antipoder.
El general Carlos Soublette completa el periodo hasta el 39.
Páez es reelegido para el periodo 1839-43. Soublette, escogido para el
siguiente, gobierna hasta 1847. Así, de 1830 a 1847, la política gira alrededor
de Páez. La reelección tiene su nombre. Soublette es el hombre que sabe cuál es
su papel. Era un militar civilizado y su paso por el poder fue ejemplar en
muchos sentidos.
Quizás podría definirse como el antípoda de Páez, pero tanto
el uno como el otro entendieron las bondades de la alianza. Ambos presidieron
aquella etapa fundamental que Augusto Mijares definió como "gobierno
deliberativo", contra la expresión predominante de "periodo de la
oligarquía conservadora".
De Páez escribió Manuel Pérez-Vila: "En la silla
presidencial o en la de su caballo, continúa siendo el árbitro de la vida
pública, el caudillo capaz de inclinar hacia un lado u otro la balanza del
poder". Cierto. Pero una cuestión es la balanza y otra la brújula. Páez la
perdió cuando apoyó a un antiguo disidente, en 1846: quien justamente lo iba a
destronar, José Tadeo Monagas. "De aquí arrancó el conflicto",
diagnosticó José Gil Fortoul. Pocos errores tan graves han cometido los que
eligieron a sus sucesores, como Páez al escoger a Monagas. Éste lo persiguió,
lo redujo a prisión en un castillo donde para no asfixiarse tenía que respirar
a través de las rendijas de la puerta del calabozo.
Y de allí al destierro.
Al reflexionar sobre la ambición de poder, es preciso hacer
una escala en Monagas, porque fue este general oriental el que sembró el
desorden al postular y practicar su tesis de que "la Constitución sirve
para todo".
sconsalvi@el-nacional.com
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