El General José Antonio Páez y los Toros Coleados
Para el año de 1862, en plena Guerra Federal El General José Antonio Páez aun recordaba sus hazañas juveniles de coleador de toros. El escritor Santiago Key Ayala nos hace el siguiente relato, que posiblemente escucho el mismo de don Eduardo Blanco.
En ciudades y pueblos triunfa la fiesta ruidosa de los toros coleados, cólmense puertas y ventanas del gentío, y por la calle atronada del tropel pasa veloz y pesada a un tiempo la res.
Seguida de jinetes que se disputan la cola y el lazo de cintas que las muchachas prenden al vencedor del bárbaro torneo. A veces un jinete pierde los estribos y va a estrellarse contra la acera; un caballo cae y los demás atropellan con sus cascos al caballero caído; un coleador revienta las correas de su montura y va a dejar en el muro cercano una mancha sangrienta.
Alarmado Páez por una serie de accidentes fatales, prohibió a sus edecanes ejercer el coleo. Cierto día el caudillo presenciaba, circundado de oficiales a caballo, la fiesta popular. Ondeaban las grimpolas en ventanas y puertas sobre las cabezas de mujeres hermosas; de alero a alero chirriaban al viento los flecos de papel de colores abigarrados. En las bocacalles, cerradas por vallas talanqueras y palizadas, se agrupaban loas espectadores. Venia el toro calle arriba, a gran trecho de los jinetes, y cerca de donde estaba Páez de un gran salto, salvó la talanquera y escapándose por la calle vecina. Desconcertados, los perseguidores sofrenaron sus caballos. El alma llanera de Páez, impasible hasta entonces, se le asomó integra a los ojos e incendió su cara.
-¡es posible –dijo con rabia –que lo dejen ir...! –Y a sus edecanes-: ¡Tumben esa bestia!
Fue un relámpago. No tuvo tiempo de retirar la autorización. Lanzáronse los caballos, tan fogosos como sus amos, y casi a un tiempo salvaron también la talanquera. Obra de pocos segundos, el Toro rodaba pesadamente sobre las piedras de la calle.
Tomado de: Santiago Key Ayala: obras Selectas. Madrid: ediciones Edime. Caracas, 1955. Pág. 528.
En ciudades y pueblos triunfa la fiesta ruidosa de los toros coleados, cólmense puertas y ventanas del gentío, y por la calle atronada del tropel pasa veloz y pesada a un tiempo la res.
Seguida de jinetes que se disputan la cola y el lazo de cintas que las muchachas prenden al vencedor del bárbaro torneo. A veces un jinete pierde los estribos y va a estrellarse contra la acera; un caballo cae y los demás atropellan con sus cascos al caballero caído; un coleador revienta las correas de su montura y va a dejar en el muro cercano una mancha sangrienta.
Alarmado Páez por una serie de accidentes fatales, prohibió a sus edecanes ejercer el coleo. Cierto día el caudillo presenciaba, circundado de oficiales a caballo, la fiesta popular. Ondeaban las grimpolas en ventanas y puertas sobre las cabezas de mujeres hermosas; de alero a alero chirriaban al viento los flecos de papel de colores abigarrados. En las bocacalles, cerradas por vallas talanqueras y palizadas, se agrupaban loas espectadores. Venia el toro calle arriba, a gran trecho de los jinetes, y cerca de donde estaba Páez de un gran salto, salvó la talanquera y escapándose por la calle vecina. Desconcertados, los perseguidores sofrenaron sus caballos. El alma llanera de Páez, impasible hasta entonces, se le asomó integra a los ojos e incendió su cara.
-¡es posible –dijo con rabia –que lo dejen ir...! –Y a sus edecanes-: ¡Tumben esa bestia!
Fue un relámpago. No tuvo tiempo de retirar la autorización. Lanzáronse los caballos, tan fogosos como sus amos, y casi a un tiempo salvaron también la talanquera. Obra de pocos segundos, el Toro rodaba pesadamente sobre las piedras de la calle.
Tomado de: Santiago Key Ayala: obras Selectas. Madrid: ediciones Edime. Caracas, 1955. Pág. 528.
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