El General Páez. Seria hoy un campeón de los toros coleados
El coleo de toros en la época de la independencia más que un deporte era una un pasatiempo en las duras faenas del llano, donde el jinete demostraba sus cualidades y destrezas. El cual consistía en perseguir al galope un toro al emparejarlo, el jinete se desplazaba a un lado de su caballo casi hasta tocar el suelo, agarrando la cola del toro derribándolo. Y es Sir Robert Ker Porter, quien primero fuera Cónsul y posteriormente encargado de Negocios de la Gran Bretaña quien nos lo dice.
Jueves 18 de de diciembre de 1828
Atareado con mi correo hasta las 12 cuando fui, por invitación, a caso del General Páez, donde me agasajo con una fiesta llanera en un campo al otro lado del río. Fue toda una escena al vivaque que he experimentado cien veces en Europa, salvo que el suministro de carne nunca fue tan abundante. Se mataron dos reses, se despellejaron y se asaron en varas, en tiras, en trozos o en grandes masas, con el cuero separado por rusticas brochetas, o como siempre en estas ocasiones, en pirámides de varas.
Se brindo, se cenó y se bebió mucho. La carne, cuando estaba cocida, se traía en su propia vara, y el comensal, con cuchillo, cortaba tanto como le apetencia y se lo comía con casabe o plátanos. La bebida común era el aguardiente de caña, pero también había algo del buen vino de Burdeos.
Los coleadores perseguían a los toros por el campo a todo galope y los volteaban agarrándolos por la cola. El General era sin duda, el más experto de todos en este juego. Llovió un poco, lo cual aguó bastante la brillantez del día.
Tomado del Diario de un diplomático británico en Venezuela, 1825-1842, Sir Robert Ker Porter. Caracas: Fundación Polar 1997. Pág. 18
Jueves 18 de de diciembre de 1828
Atareado con mi correo hasta las 12 cuando fui, por invitación, a caso del General Páez, donde me agasajo con una fiesta llanera en un campo al otro lado del río. Fue toda una escena al vivaque que he experimentado cien veces en Europa, salvo que el suministro de carne nunca fue tan abundante. Se mataron dos reses, se despellejaron y se asaron en varas, en tiras, en trozos o en grandes masas, con el cuero separado por rusticas brochetas, o como siempre en estas ocasiones, en pirámides de varas.
Se brindo, se cenó y se bebió mucho. La carne, cuando estaba cocida, se traía en su propia vara, y el comensal, con cuchillo, cortaba tanto como le apetencia y se lo comía con casabe o plátanos. La bebida común era el aguardiente de caña, pero también había algo del buen vino de Burdeos.
Los coleadores perseguían a los toros por el campo a todo galope y los volteaban agarrándolos por la cola. El General era sin duda, el más experto de todos en este juego. Llovió un poco, lo cual aguó bastante la brillantez del día.
Tomado del Diario de un diplomático británico en Venezuela, 1825-1842, Sir Robert Ker Porter. Caracas: Fundación Polar 1997. Pág. 18
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