El General José Antonio Páez y el Desafío del Cañón
El General José Antonio Páez y el Desafío del Cañón
En los años de la Guerra Federal. Páez, ya septuagenario, encabeza las fuerzas centralistas. Sus edecanes le admiran, le respectan, y le toman por modelo. Ha empezado el año de 1863. Presentamos una anécdota relativa a Eduardo Blanco el autor de Venezuela Heroica para ese entonces edecán del General Páez. En narración de del ilustre escritor Santiago Key Ayala.
Así será hasta el fin de su carrera, cuando, anciano combatiendo, lindero de la derrota, ya culto siempre vigoroso, reúne en torno suyo una juventud dorada que sabe danzar y combatir, amar, y morir, bailar en los salones de Caracas y pasar hambre y sed en el cerro o la pampa.
La voz del caudillo asume entonaciones paternales. Riñe a los jóvenes por sus locuras, por sus audacias excesivas; pero en el fondo todas esas diabluras le halagan. Ser edecán de Páez vale por ser capaz del sumo desprecio de la vida, del sumo desafío a la muerte. Sus edecanes se llaman Venancio Pulgar, Eduardo Blanco....el valor y la audacia de Pulgar hacen creíbles las más estupendas hazañas. Puede suponerse que no tenían límites. Son historia y parecen fabula.
Eduardo Blanco, valeroso, audaz, de gallarda jactancia, de voz armoniosa, de porte varonil, es mimado de los salones. Su vigor físico cede sólo al del propio Páez. Su fuerza es tanto muscular como nerviosa. Postrado en cama a consecuencia de una hemorragia, Blanco recibe la visita de un amigo.
El médico le ha prescrito reposo por temor a la ruptura de vasos sanguíneos, pero el enfermo tiene ganas de bromear y da un chasco a su visitante. Cuando el amigo toma su mano, que parece inerte bajo el cobertor, ésta se anima, y sin que nada lo anuncie, ejerce una presión creciente, inquietante, irresistible, que el visitante no podía sospechar. Y le deja confuso y dolorido.
Páez, a caballo se detiene un día con sus edecanes ante un cañoncito de bronce desmontado cuyo peso podría desafiar la fuerza de quien no fuese un atleta de circo. -¡A ver –dice-, cuál de estos muchachos hace lo que los viejos...!
Se desmonta, y levanta el cañón entre sus brazos sin mayor esfuerzo. El llanero recuerda los primeros tiempos de su gesta, cuando en combates singulares con sus tenientes reivindicaba su aptitud y posición de caudillo. Es un reto paternal, pero es un reto, y va enderezado a Eduardo Blanco. El edecán lo entiende. Apéase y reclama todas sus fuerzas para levantar el cañón. Lo consigue, pero sus venas se rompen y vomita sangre.
Tomado de Key Ayala: obras Selectas págs. 526-527. MAADRID: Ediciones Edime 1955.
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